top of page

De odiarme frente al espejo a liderar mi vida (hazlo y lidera la tuya).

Actualizado: 3 ene

Crecí en una familia trabajadora.

No había lujos, pero tampoco faltaba lo esencial: esfuerzo y ese sacrificio silencioso que mis padres cargaban a cuestas.


Sin embargo, entre las paredes de casa, como en tantas otras familias, también había grietas.


Grietas que se abrían en discusiones, en días donde el silencio pesaba más que cualquier palabra.


Todo eso me marcó, aunque entonces no lo entendía del todo.


Era demasiado joven para descifrar las emociones de los demás, y demasiado frágil para enfrentar las mías.


Porque cuando llegó la adolescencia, esa etapa donde todo es caos y contradicción, sentí que el mundo se me venía encima.


La sociedad tampoco ayuda.

Nos prepara para resolver ecuaciones, recitar fechas históricas o calcular raíces cuadradas, pero nos deja completamente a oscuras cuando se trata de nuestra mente y nuestras emociones.


¿Cómo manejar el rechazo? ¿Qué hacer con la inseguridad? ¿Cómo gestionar el miedo, la tristeza o la incertidumbre? Nadie te enseña eso.


Y así, me ahogué. En inseguridades, en una relación tóxica conmigo misma.


Mi cuerpo se convirtió en mi enemigo; la comida, en una batalla diaria.

Me miraba al espejo y no veía nada más que defectos.


Todo en mí era insuficiente, al menos en mi cabeza.


Hasta que un día algo cambió.

No fue un momento épico, ni una revelación mágica.

Fue algo más sutil, casi insignificante: una película de Bruce Lee.


Me quedé observando cada movimiento, cada gesto.

Pero no era su fuerza lo que me impactaba, sino su control.

Ese dominio absoluto entre mente y cuerpo.


Por primera vez en mucho tiempo, sentí curiosidad y entusiasmo por algo.

Empecé a investigar, a leer, a ver más películas.


Me obsesioné con sus ideas sobre disciplina, constancia y autocontrol.

Y en ese momento, decidí que quería eso para mí.


Las artes marciales se convirtieron en mi refugio y, al mismo tiempo, en mi campo de batalla.


Al principio fue duro, frustrante.

Mis movimientos eran torpes y mi mente, todavía llena de ruido, me saboteaba en cada paso.


Pero con cada golpe, cada corrección, empecé a notar algo que iba mucho más allá del físico: un cambio interno, casi imperceptible, pero real.


Descubrí que los hábitos, esos pequeños actos que repetimos cada día, son mucho más poderosos de lo que creemos.


No son solo rutinas; son las herramientas con las que moldeamos nuestra mente y nuestro carácter.


Las artes marciales me enseñaron que la verdadera fortaleza no está en lo que haces una vez, sino en lo que haces constantemente.


Poco a poco, me di cuenta de que el deporte era solo el principio.

Comencé a aplicar ese enfoque disciplinado a otros aspectos de mi vida.


Aprendí a ver la comida como energía, como un acto de cuidado hacia mí misma, en lugar de una herramienta de castigo o control.


Aprendí a respetar mi cuerpo no solo por cómo se veía, sino por lo que era capaz de hacer.


Y entendí algo que jamás nos enseñan en la escuela: la importancia de cuidar nuestra salud mental.


De tener herramientas emocionales desde jóvenes para enfrentar el mundo.


Porque la inseguridad, el miedo o la ansiedad no desaparecen por sí solas. Se transforman cuando les damos atención, tiempo y el espacio adecuado para procesarlas.


En el ámbito profesional, este aprendizaje me ha acompañado cada día.


Los hábitos no solo te fortalecen físicamente; te dan claridad, foco y una resistencia mental que marca la diferencia en cualquier reto que enfrentes.



La capacidad de levantarte después de cada caída, de mantener la constancia cuando las cosas se complican, es lo que define el éxito, tanto personal como profesional.


Si algo he aprendido, es que nuestra vida se construye en lo pequeño. En esos actos que repetimos casi sin darnos cuenta. Y que la relación más importante que tendremos nunca es la que tenemos con nosotros mismos.


Por eso, creo firmemente que deberíamos enseñar a los jóvenes no solo a soñar, sino a construir hábitos que los lleven hacia esos sueños.


A gestionar sus emociones. A entender que las caídas son inevitables, pero que levantarse siempre está en sus manos.


Porque la vida no se trata de evitar los problemas, sino de aprender a enfrentarlos con fuerza y claridad. Y si eso se aprende desde el principio, podemos construir una sociedad más resiliente, más consciente y, sobre todo, más humana.


Hoy, cada vez que miro hacia atrás, no puedo evitar sentir gratitud.


Por esa adolescente perdida que decidió dar el primer paso.

Por cada pequeño hábito que he construido desde entonces.

Y por cada caída que me ha enseñado a levantarme con más fuerza.


Porque ese, al final, es el verdadero camino: no ser invencible, sino aprender a avanzar, un paso a la vez.


Hoy, después de cada caída, cada batalla ganada y perdida, sé que mi historia no se trata solo de mí.


Se trata de todos aquellos que, como yo, han sentido que el peso del mundo era demasiado.

Que han dudado de su valor, que se han mirado al espejo sin reconocerse, que han buscado respuestas en lugares equivocados.


Sé lo que es sentirse pequeño, perdido, inseguro.


Pero también sé lo que significa encontrar una chispa, aferrarte a ella y usarla para encender una llama que ilumine tu camino.


Sé lo que es transformar esa inseguridad en fuerza, ese desorden interno en equilibrio, ese miedo en determinación.


Por eso, hoy quiero darte algo más que palabras. Quiero ser esa mano que te ayuda a levantarte cuando sientes que no puedes más. Quiero mostrarte que la disciplina no es un castigo, sino el regalo más grande que puedes darte.


Que el autocontrol no te limita, sino que te libera.

Que la seguridad no se encuentra afuera, sino que se construye desde adentro, un hábito, una decisión, un paso a la vez.


Porque sé lo que significa despertar un día y, por primera vez, sentir orgullo de quién eres. Saber que, aunque el mundo no siempre es justo, tú tienes la capacidad de enfrentarlo con la cabeza en alto.


Esa sensación, ese poder interno, no tiene precio.


Hoy quiero ayudarte a encontrarlo. A que descubras lo que ya llevas dentro, lo que siempre ha estado ahí esperando ser despertado.


Quiero que aprendas a levantarte, a caminar con firmeza, a amarte con todas tus imperfecciones, porque eso es lo que te hace único.


No importa dónde estés ahora ni cuánto creas que te falta. Lo que importa es que estés dispuesto a dar el primer paso.


Porque cuando empiezas, aunque sea pequeño, algo cambia para siempre.


Y aquí estoy, para acompañarte en ese camino.


Para ayudarte a ganar esa seguridad que te hace caminar con fuerza, ese autocontrol que te da paz, y esa disciplina que te transforma en quien siempre has soñado ser.


Porque, aunque hoy no lo veas claro, tú también puedes.

Y créeme, no hay nada más hermoso que descubrirlo.


Hoy quiero que tú también creas en ti.


Porque la vida es demasiado corta como para no ser la mejor versión de ti mismo.


Y porque sé, con todo mi corazón, que lo vales.



 
 
 

Comments


Commenting on this post isn't available anymore. Contact the site owner for more info.
bottom of page